En el Cementerio actual de Avellaneda subsisten ecos de los viejos enterratorios, gracias a que muchas familias se tomaron el trabajo de exhumar a sus seres queridos y darles un nuevo lugar.
Por eso, en sus primeros años, el
Cementerio actual debió estar repleto de lápidas y monumentos trasladados, que
fueron desapareciendo a medida que las familias construían sus bóvedas y
agrupaban a todos sus miembros. Los restos se reducían y se depositaban en una
urna (como en el caso de Santiago Amoretti), y en algunos casos también se
conservaba alguna placa (como en el caso de Lorenzo Gaete).
Sin embargo, existe una excepción
a esta regla: Se trata de un corralito funerario con tres placas de mármol
alineadas horizontalmente, que informa lo siguiente:
“Aquí yacen los restos mortales de Catalina Apat, que falleció el 30 de
julio de 1867 a la edad de 45 años, Q.E.P.D”
Catalina era una inmigrante que
venía de un pequeño pueblo del País Vasco Francés, Hasparren. Junto con su
marido llegaron a la Argentina y se instalaron en el flamante partido de
Barracas al Sud, donde se dedicaron a la zapatería. Tuvieron una hija que
falleció a poco de nacer, víctima del tétanos neonatal.
Al morir Catalina, en 1867, su
marido Jean Aphat, mandó a construir la humilde sepultura; y a pesar de ser
analfabeto; pidió que se le agregue el conciso epitafio. Todo el conjunto se
trasladó al Cementerio actual entre 1876 y 1878. Luego Jean se fue a vivir ya
morir en Dolores.
La sepultura de Catalina era como
había sido ella, una más entre tantas; pero a diferencia de las otras se
mantuvo. Aunque a su alrededor se hayan levantado bóvedas más imponentes.
Paradójicamente, su ostentoso
entorno no hace más que resaltarla y recordarle a los que por allí pasan, que
se trata de la más antigua de todas.
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