El hecho de haber donado los
terrenos donde se emplazó el Cementerio Viejo, le dió a Juan Tomás Ortiz alguna que otra prerrogativa que su hijo
Benjamín se encargó de hacer valer ante la falta de memoria municipal.
Cuando Juan Tomás falleció, a
inicios de la década del ’60, fue depositado en una de las pocas bóvedas con
las que contaba el humilde enterratorio, en un lugar seleccionado de manera
aleatoria.
El problema surgió cuando se
iniciaron las reformas para hacer del Cementerio un lugar más ordenado. Porque
la Bóveda Ortiz se emplazaba justo en el lugar donde pasaría una de las calles
principales.
Ni lerdo ni perezoso, Benjamín
Ortiz pidió a la Municipalidad que, atendiendo a la donación realizada por su
padre, se traslade la Bóveda a un lugar más apropiado sin ningún costo.
Más tarde, 1868, el Cementerio
Viejo fue clausurado por primera vez, y parecía que el terreno donado por la
Señora Piñeiro se convertiría en el nuevo enterratorio.
Ni lerdo ni perezoso, Benjamín
Ortiz pidió a la Municipalidad que, atendiendo a la donación realizada por su
padre, se ponga a su disposición un terreno para trasladar la Bóveda familiar
sin ningún costo.
Finalmente, en 1876 se inauguró
el nuevo y definitivo Cementerio de Barracas al Sud, ordenándose la exhumación
y traslado de los restos del viejo.
Ni lerdo ni perezoso, Benjamín
Ortiz pidió a la Municipalidad que, atendiendo a la donación realizada por su
padre, se ponga a su disposición un terreno para trasladar la Bóveda familiar
sin ningún costo.
En mayo de 1880, la municipalidad
concedió a Ortiz el pedido correspondiente. Al mes siguiente, el 20 de junio de
1880, cayó muerto de un balazo en el Combate de Puente Barracas defendiendo la
causa tejedorista.
Si bien no pudo evitar que Buenos
Aires se convierta en la capital del país, al menos logró hacer valer la
donación de su padre.
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