A mediados del siglo XIX el
crecimiento del comercio internacional vinculó al Mundo como nunca antes se
había visto: Las ciudades (especialmente los puertos) recibían productos y
personas de los más diversos puntos y comenzaban a mostrarse como verdaderos
espacios multiculturales.
Una de las consecuencias
negativas e involuntarias de esta primera “globalización” se relaciona con las
grandes epidemias, que se propagaron, en sucesivas oleadas, desde lugares donde
eran endémicas, hasta otros que nunca las habían padecido[1].
Buenos Aires fue una de estas
ciudades, cuyo crecimiento rápido y desordenado[2],
propició el ingreso y expansión de dos enfermedades infecciosas, que diezmaron
a la población y generaron grandes consecuencias urbanísticas: El cólera morbus
y la fiebre amarilla.
En 1867 se dio la primera
epidemia importante de cólera, como parte de una tercera oleada mundial que,
desde la India[3], llegó a
los puertos brasileños a mediados de la década, y se expandió cuando las tropas
de este país se mezclaron con las argentinas durante la Guerra del Paraguay.
Las precarias condiciones de
higiene de los campamentos, ayudaron a la rápida propagación del mal que,
siguiendo el recorrido del Río Paraná, provocaba en aquellos que lo contraían,
fuertes diarreas, vómitos y la muerte por deshidratación.
Ante la falta de conocimientos
ciertos sobre las razones de su propagación (que hoy sabemos que tienen que ver
con las heces de los enfermos y la contaminación de las aguas), se intentó
aislar a los enfermos y poner a los barcos que llegaban desde el frente en cuarentena.
Pero las previsiones no resultaron suficientes: En octubre se registraban los
primeros casos en Buenos Aires.
Según distintas fuentes, entre
8000 y 9000 personas murieron de cólera en la Ciudad[4],
siendo diciembre del 67 y enero del 68 los meses más cruentos, período en el
cual incluso perdió la vida el Vicepresidente de la nación Dr. Marcos Paz,
obligando a Bartolomé Mitre a abandonar la conducción del ejército aliado que
peleaba en Paraguay[5].
La cantidad de muertes desbordó
la capacidad del Cementerio de la Recoleta, acelerando una idea que venía
circulando en las autoridades municipales ante el aumento de la población y su
cercanía al ejido urbano: La creación de un nuevo enterratorio, el “Cementerio
del Sur”, que se inauguró el 17 de diciembre de 1867, sobre las actuales
Avenida Caseros y Monasterio[6].
Un día antes de la inauguración
de este efímero enterratorio porteño, el 16 de diciembre; se registraba el
primer caso de muerte por cólera morbus en Barracas al Sud. Se trataba de
Josefa Suloaga[7], una
española de cuarenta años. A partir de allí y hasta fin de año, 33 personas
murieron en el Partido por la epidemia (el doble que en el promedio mensual
anual).
El aumento de casos en enero,
generó en Barracas al Sud el mismo efecto que en la Ciudad: La cercanía y
cantidad de muertos por el mal hacían necesario el traslado del cementerio. La
decisión se precipitó tras el 4 de enero, cuando se llegó al récord de 13
personas inhumadas, razón por la cual se aceptó la donación de la Señora
Trinidad Piñeiro, quien cedió una lonja de terreno para ser utilizado como
enterratorio de emergencia.
Este lugar, que correspondería a
las manzanas que rodean las calles Basavilbaso, Cordero, Salta y Mansilla,
recibió aproximadamente a 120 víctimas de cólera hasta fines de marzo, pero
también a muertos por otras razones, dado que el Cementerio Viejo quedó
clausurado.
Para el mes de abril la epidemia
había llegado a su fin, y el enterratorio de emergencia, útil para afrontar tan
difícil situación, evidentemente no se ajustaba a el más mínimo grado de decoro
y organización, por lo que muchos vecinos pidieron la reapertura del Cementerio
Viejo, parcialmente remodelado.
No obstante, algunas voces se levantaron en contra de lo que suponían sería el regreso de un foco infeccioso a metros del centro del pueblo, en consonancia con las teorías miasmáticas[8]. De manera prudente, pero también para dejar tranquilos a todos (al menos por un tiempo), el municipio dispuso la apertura del Cementerio Viejo a partir del 15 de agosto de 1868, pero en carácter “provisorio”, hasta encontrar un lugar más apropiado.
Vuelto a la “normalidad”, el
Partido retornó a los índices de mortalidad previos a la epidemia, por lo cual
la atención municipal se dirigió a otras cuestiones de mayor urgencia,
postergando el traslado del Cementerio, que funcionó sin inconvenientes hasta
principios de 1871, cuando otra epidemia, la Fiebre Amarilla, cambió las cosas
definitivamente.
La Fiebre Amarilla era una
enfermedad endémica en el Brasil, y había hecho algunas aproximaciones a Buenos
Aires años atrás. Sin embargo, desde fines de 1870 había comenzado a propagarse
desde Asunción, ocupada por el ejército aliado. Para diciembre, un terrible
brote en Corrientes ya estaba alertando a las autoridades, pero ante la falta
de conocimientos sobre su transmisión[9],
todo se resumía al aislamiento y la cuarentena de los buques que ingresaban al
puerto.
Ninguna medida logró evitar el
desastre. El 27 de enero de 1871 se registraba la primera muerte por fiebre
amarilla en el barrio de San Telmo, y desde allí hasta junio se calculan
alrededor de 15000 fallecidos; el diez por ciento de la población porteña.
La enfermedad se incubaba de 3 a
7 días. Los síntomas iniciales incluían escalofríos, fiebre elevada, cefaleas,
mialgias, náuseas y vómitos; también podían aparecer hemorragias nasales y de
encías. Más tarde sobrevenía la ictericia (por insuficiencia hepato- renal),
que volvía amarillenta la piel y los ojos; y le daba a la enfermedad su característica
más notoria. Finalmente, en la fase más avanzada, se agravaban las hemorragias
con la aparición de vómitos de sangre coagulada y sobrevenía la muerte[10].
En la Ciudad, la cantidad de
muertos saturó rápidamente el Cementerio del Sur, y el 17 de abril, ante la
presión de los vecinos de la zona, fue clausurado. Como reemplazo, se abrió un
nuevo enterratorio en la llamada “Chacarita de los Colegiales”, una zona
razonablemente alejada de la Ciudad y con posibilidades de ampliación, que será
el germen de lo que actualmente conocemos como el “Cementerio de la Chacarita”[11],
la principal necrópolis de Buenos Aires. Paulatinamente Chacarita irá
absorbiendo antiguos enterratorios como los de Belgrano y el de Disidentes, que
pasaron a ser “Cementerios Viejos”
El Cementerio del Norte, La
Recoleta; estuvo a punto de ser clausurado definitivamente, pero un “oportuno”
cambio de paradigma, que se relacionaba con lo sanitario, pero también con lo
simbólico; ayudó a que se mantenga. Eso sí reorganizado como un lugar de “elite”
a través de las obras que el Intendente Torcuato de Alvear y el Ingeniero
Buschiazzo llevaron adelante en la década de 1880[12].
Volviendo a la Epidemia de Fiebre
Amarilla, tenemos que decir que, en Barracas al Sud, se actuó rápidamente. El
primer fallecimiento registrado fue el de una italiana de 27 años llamada Adela
Guerrello que expiró el 17 de febrero de 1871[13].
Al día siguiente, se prohibieron las inhumaciones en el Cementerio Viejo y se
volvió a habilitar el enterratorio de emergencia cedido por la Señora Trinidad
Piñeiro, pero ahora en carácter de “provisorio”.
Este solar recibió alrededor de
125 víctimas de la epidemia hasta el mes de mayo, y a falta de otro lugar, se
convirtió en el único cementerio del partido durante algunos años. Incluso
existió un intento por transformarlo en definitivo, comprando las tierras que
habían sido cedidas ante la coyuntura. De hecho, en 1874, el Municipio le
realizó una oferta a su nuevo propietario, el Doctor Miguel Nuñez, quien
redobló la apuesta con un precio tan exorbitante que anuló toda posibilidad de
negociación.
Ante esta situación se
reconsideró una oferta realizada en 1871 por los hermanos Tristán y Genoveva
Bedoya, más barata; pero en una zona más alejada que las tierras de Nuñez.
Este, al enterarse trató de bajar el precio, pero ya era tarde. Lentamente el
Cementerio empezaba a encontrar su lugar definitivo.
[1] ”Antes de la
revolución de las comunicaciones (…) las infecciones no podían expandirse
demasiado porque los pacientes que las portaban fallecían a poco de
contraerlas, quedando las enfermedades localizadas. La locomoción a vapor
favoreció el desplazamiento de los infectados fuera de su lugar de
origen”…AGÜERO/ISOLABELLA; “El cólera en la Argentina durante el siglo XIX”
Revista Argentina de Salud Pública, 2018.
[2] Buenos Aires había
crecido 2 veces entre 1650 y 1750, 5 veces entre 1750 y 1820; y aproximadamente
10 veces entre 1820 y 1890. De hecho en 1822 contaba con alrededor de 55000
habitantes, y en 1890 con 535000.
[3] “La primera
oleada se desarrollo entre 1826 y 1837 y se extendió a América del Norte. La
segunda (1840- 1862), se vió favorecida por el movimiento de tropas británicas
hacia la India para luchar en la Guerra del Opio, y por las revoluciones
europeas de 1848 (…) La tercer pandemia (1863- 1875) llegó a América del Sur y tuvo gran impacto en la
Argentina”…AGÜERO/ISOLABELLA, Op. Cit.
[4] En rigor, hubo un primer brote de morbo colérico en Bahía Blanca en
1856
[5] Miguel Angel
Scenna calcula 8000 víctimas (ver SCENNA, “Cuando murió Buenos Aires 1871”,
Ediciones La Bastilla, 1974), María Cristina Echazarreta 8920 (ver ECHAZARRETA,
Op, Cit).
[6] En el solar que
actualmente ocupa el Parque Florentino Ameghino.
[7] Los datos sobre fallecidos en Barracas al
Sud, así como las estimaciones de las cantidades de víctimas fueron extraídos
de los libros de muertos de la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción
microfilmados en www.familiysearch.org
[8] ECHAZARRETA, Op Cit; reproduce una queja del Sr Nuñez, vecino del
Partido, que citamos textualmente: …”Con motivo de la pandemia pasada (cólera)
los médicos consideraron que la causa de la gran mortalidad que había en los
alrededores del cementerio era el cementerio mismo, por lo que se había
resuelto su traslado a un sitio más distante de la población, por ser esta la
causa principal del mal, ya que el cementerio viejo se hallaba a una cuadra y
media de la plaza, de la escuela, de la iglesia y de muchas fincas valiosas”…
[9] La enfermedad se produce por un virus, pero el vector es un
mosquito de la especie “aedes”, propio de zonas marítimas cálidas. El doctor
Carlos Finlay en 1881 fue quien descubrió las causas de su transmisión.
[10] VON WICHMANN,
Enrique; “Las enfermedades más frecuentes a principios del siglo XIX y sus
tratamientos”, en AAVV; Alimentacion,
Enfermedad, Salud y Propaganda; IFC 2009.
[11] En rigor, el
primer enterratorio en la zona “Chacarita la Vieja, funcionó entre 1871 y 1886
en el solar que hoy ocupa el Parque Los Andes. En 1886, como parte del proceso
de modernización urbana planteado por el intendente Torcuato de Alvear, se abre
“Chacarita La Nueva” en su actual ubicación, planificada por el Ingeniero
Buschiazzo.
[12] Sobre el cambio
de paradigma y la consideración del cementerio como un espacio de valor
simbólico y pedagógico ver DAL CASTELLO, David; “La Ciudad Circular: Espacios y
territorios de la muerte en Buenos Aires 1868- 1903”. Tesis del IAA,
Universidad de Buenos Aires, 2017.
[13] Los datos sobre fallecidos en Barracas al Sud, así como las
estimaciones de las cantidades de víctimas fueron extraídos de los libros de
muertos de la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción microfilmados en www.familiysearch.org
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