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Plano del Cementerio Municipal de Avellaneda. Circa 1911- 1922. Fuente: Archivo personal María Cristina Lanza. |
Hacia 1910, la población de Avellaneda (llamada así desde 1904) era de
aproximadamente 140000 habitantes. Si consideramos que cuando el Cementerio se
puso en funcionamiento vivían poco más de 8000 almas en el Partido, es evidente
que el crecimiento demográfico lo estaba dejando “chico”. Además, recordemos
que la adquisición de parcelas “a perpetuidad”, si bien ayudaba al
embellecimiento estético; restaba espacio para las sepulturas en tierra.
Ante esta situación, el Municipio, ya bajo la gestión de Alberto Barceló;
decidió ampliar la necrópolis, adquiriendo alrededor de tres hectáreas en
dirección sud oeste, entre las propiedades de los Salaberría y los Bedoya. Este
terreno iba desde Lucena hasta la altura de Heredia, y desde Puerto de Palos
hasta un punto intermedio entre América del Norte y Pedernera. Como resultado,
el Cementerio pasó, de un rectángulo, a ser una especie de “L”, tal como lo
atestigua el Plano Peuser de 1912, que también muestra un entorno en el que las
tierras de los antiguos propietarios ya se estaban loteando para formar los
primeros barrios de la zona, como “Villa Colón”.
Con la ampliación, el Cementerio sumó 19 secciones (de la 17 a la 36), que
fueron utilizadas preferentemente para sepulturas en tierra. El casco original,
por otra parte, se siguió llenando de Panteones, en los que ya se observan
influencias del Art Nouveau, y nuevos revestimientos, como el granito rústico o
pulido.
Además de la expansión, la necrópolis mejoró su infraestructura: se nivelaron
las calles, se finalizó el pórtico de acceso, y en el cruce principal, en 1911;
se emplazó el monumento al Doctor Nicanor Basavilbaso; obra del escultor Luigi
Trinchero; que hasta hoy ocupa ese lugar de privilegio.
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