FRAGMENTO DE WIECKIEWICZ, "El Cementerio de Avellaneda, una descripción posible"; TRABAJO EN PROCESO DE REDACCIÓN
Los Cementerios Públicos formaron parte de la oleada de transformaciones en el campo de las costumbres funerarias, que se inició a mediados del siglo XVIII en Europa Occidental, y se trasladó a América en la primera mitad del siglo XIX[1]. Podríamos decir que fueron la respuesta estatal al problema sanitario que, se creía, generaban los muertos[2]. De esta manera, se abandonó la tradición de realizar las inhumaciones en las Iglesias y los Camposantos, para utilizar nuevos emplazamientos basados en las siguientes características:
La separación del entorno y su función específica: Los “muertos”
ya no compartirían los lugares donde los “vivos” desarrollarían su vida
cotidiana.
La yuxtaposición de los cuerpos: Que reemplazaría a la práctica
de superponerlos indiscriminadamente.
La posibilidad de circulación: Con el objetivo higienista de
“limpiar” el aire; pero también de favorecer las visitas de los deudos.
La nominalización de las sepulturas: Que rompería
con la tendencia anterior al anonimato.
El carácter concesional del lugar del entierro: Que le daría
al Estado la potestad de arrendarlo temporalmente de acuerdo a un determinado
precio.
Los nuevos parámetros de diferenciación social: Que modificarían
la aspiración de cercanía a un altar u otro elemento eclesiástico, por la de
poseer una construcción de envergadura, visible y perdurable.
En la Argentina, los Cementerios
Públicos irrumpen en la década de 1820, de la mano de las Reformas Rivadavianas[3]
y se irán expandiendo junto con la fundación de municipios y su organización.
Es por eso que para hablar de un Cementerio en Avellaneda hay que remontarse a
los primeros años del Partido, nacido en 1852 bajo del nombre de “Barracas al
Sud”[4].
Hasta entonces, los habitantes de
la zona no tenían un lugar propio para enterrar a sus muertos a raíz de la inexistencia
de una Iglesia y un Camposanto. Teniendo en cuenta esta situación, y ante el
anonimato de la mayoría de sus escasos pobladores, podemos considerar las
siguientes posibilidades:
·
Lo más lógico, al menos hasta mediados
del siglo XVIII, era utilizar alguna de las
Iglesias de la Ciudad de Buenos Aires. Siguiendo la cercanía o el criterio territorial,
probablemente, la Inmaculada Concepción y San Pedro Telmo debieron haber
recibido algunos primitivos habitantes de Avellaneda. Sin embargo, no hemos
encontrado documentos que permitan comprobarlo. Con lo que si contamos, es con
registros de propietarios (propietarios, no habitantes) de tierras que fueron
inhumados en Iglesias Conventuales porteñas[5].
Estos Templos, entre los que podemos mencionar los de San Francisco, La Merced,
Santo Domingo, San Ignacio, Nuestra Señora del Pilar, o Santa Catalina;
dependían de una Orden Regular, y eran elegidos por las personas de mayor
“status” social[6].
·
Con la creación del Curato de la
Magdalena, en 1730, el territorio de Avellaneda quedó provisoriamente bajo jurisdicción
eclesiástica de la Exaltación de la Santa
Cruz de los Quilmes. Esta Iglesia, que funcionaba desde 1666 como capilla
de la “Reducción de Indios” que habían sido derrotados y deportados desde el
noroeste argentino, era la que debía registrar y recibir a todos aquellos
habitantes de la zona que no hubiesen testado en favor de otra. La relación con
Quilmes se afianzó aún más en 1780 cuando la Iglesia de la Exaltación fue
elevada a matriz de un curato propio, independiente de la Magdalena. En los
antiguos libros parroquiales quilmeños[7]
podemos encontrar registros de entierros de vecinos de nuestro futuro partido[8].
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Catedral Inmaculada Concepción de Quilmes, antigua Iglesia de la Exaltación, en cuyo camposanto se inhumaron primitivos habitantes de Barracas al Sud |
·
De acuerdo a otras investigaciones[9],
existe la sospecha de que en la Estanzuela
de los Dominicos y en la Capilla de
los Betlemitas se enterraban personas[10].
Además de que no hay registros al respecto, esta presunción es poco probable,
dado que los religiosos pertenecientes a ambas ordenes ya tenían estipulado su
lugar de sepultura en sus correspondientes conventos ubicados en la Ciudad de
Buenos Aires. Quedaría la posibilidad de que los trabajadores que estos
establecimientos empleaban como personal doméstico hayan contado con un lugar
donde inhumarse, pero según el “Auto de
desmembramiento y erección de Curatos” de 1769, que regulaba las acciones
de la corporación eclesiástica, eso no estaba permitido[11].
·
Otro lugar donde recaen sospechas, es en
una Capilla mandada a construir por Nicolás Paduan hacia 1817, la “Capilla del Italiano”[12];
ubicada en el cruce de las actuales Avenida Mitre y Monseñor Piaggio, y donde
periódicamente se celebraban misas. Sin embargo, cuando en 1898, el Padre Levantini,
párroco del ya fundado curato, quiso hacer una breve historia de su Iglesia
Matriz, hizo alusión a que en ese lugar “no se celebraban matrimonios sino
en caso de necesidad, y algún que otro bautismo”, sin referirse a entierro
alguno. Cabe destacar que la “Capilla del Italiano” funcionó como templo
provisorio del Partido hasta 1860.
·
A partir de 1822 surge la posibilidad de
que algún vecino haya sido enterrado en la Recoleta
vieja, a pesar de que el territorio se encontraba bajo jurisdicción de
Quilmes. De hecho, en los libros parroquiales de Nuestra Señora de la Asunción
de Barracas al Sud (que comenzaron a utilizarse en 1854, cuando se creó el
curato) aparecen licencias para remitir cadáveres a este cementerio[13],
lo que nos permite pensar que esta práctica podría haberse realizado
anteriormente.
·
Otra suposición, es la que sostiene que
uno de los barrios de la actual Avellaneda, “Crucesita”; debe su nombre a la
existencia de un antiguo camposanto,
a orillas de un arroyo llamado “de la Cruz” o “Crucesita” por este motivo.
Incluso reputados historiadores del Partido se hacen eco de esta idea[14].
Lo cierto es que, salvo por alguna omisión, los muertos debían remitirse a la
parroquia correspondiente. Por otro lado, en los registros de Quilmes no hay
ninguna licencia o permiso, para enterrar a un difunto en un recinto de estas
características. El mismo criterio habría que seguir con los que sostienen la
posibilidad de inhumaciones en las quintas,
junto a las huertas[15].
La regla era que las personas debían descansar en lugares santos, y salvo los
reos o los suicidas, todos merecían esta consideración para con sus restos.
[1] Philippe Ariés
(ver ARIES, Philippe; “El Hombre ante la Muerte”; Taurus) sitúa el inicio de
esta tendencia en Francia, gracias al Informe del Parlamento Parisino de 1763
que generó veinte años después la clausura del Cementerio de los Inocentes. En
España y sus colonias el más claro antecedente es la Real Cedula de 1787
emitida por Carlos III en la que, con motivo de una epidemia en la Villa de
Pasages, Guipúzcoa; se ordena la construcción de cementerios lejos de las
ciudades.
[2] Los inicios de la Era Contemporánea, estuvieron acompañados de un
cambio de paradigma sanitario. Es entonces cuando comienza a propagarse la “teoría
miasmática”, que sostenía que las enfermedades se generaban y transmitían por
la descomposición de materia orgánica, la cual generaba aires fétidos o
“miasmas”, nocivos para las personas. Ver URQUÍA, Marcelo Luis “Teorías dominantes y
alternativas en epidemiología”, Ediciones UNLA, 2019.
[3] De hecho, Bernardino Rivadavia (1780- 1845), siendo Ministro del
Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Martín Rodríguez, fue quien tomó la
iniciativa para crear el Cementerio del Norte o del “La Recoleta”, primer
enterratorio público del país, inaugurado el 17 de noviembre de 1822.
[4] La información
sobre la historia del actual Partido de Avellaneda, se desprende básicamente de
tres trabajos:
TORASSA, Antonio; “El Partido de Avellaneda 1580-
1890”, Publicaciones del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires,
1940
FERNÁNDEZ LARRAÍN, Federico; “Historia del Partido
de Avellaneda, Reseña y análisis 1580- 1980”; Editora La Ciudad, 1986
VARELA, Rudi; “La época rústica en Avellaneda y
Lanús hasta 1881”, Edición del Autor; 2000
[5] Francisco Luis
Gaytán, por ejemplo; que recibió de Juan de Garay parte del futuro partido; fue
enterrado en San Francisco en 1605. La familia de Juan Ortiz de Mendoza (otro
de los primeros propietarios de la zona), elegía La Merced como lugar de
descanso de sus integrantes. El mismo lugar seleccionaron otros primitivos
propietarios como Melchor Maciel del Águila y los Pessoa de Sá.
[6] Con respecto a
los enterratorios en las Iglesias del Buenos Aires colonial se han utilizado
datos del trabajo de ROCA, Facundo; “Vivos y muertos en la Ciudad Colonial:
Cementerios y Enterratorios en Buenos Aires a fines del siglo XVIII” realizado
para la II Jornada Nacional de Estudios sobre la Muerte y el Morir.
Por otro lado, La relación entre la elección de la
Iglesia y el status social ha sido trabajada por la Dra Nora Siegrist de
Gentile en su monografía “Entierros antiguos en las Iglesias de la Ciudad de
Buenos Aires: Siglos XVII y XVIII” inserta en AAVV, “Patrimonio Cultural en
Cementerios y Rituales de la Muerte”, Secretaría de Cultura Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires, 2005.
[7] Los libros parroquiales
de la Iglesia de la Exaltación de la Cruz de los Quilmes se encuentran
microfilmados en www.familysearch.org, página de la Sociedad Genealógica de
Utah, perteneciente a la Iglesia de Jesucristo de los Santos Últimos Días.
[8] Tal es el caso de
Roque de Hornos, quien compró en 1741 una parte de la merced hecha en el siglo
XVII a Pedro de Rojas y Acevedo. Este propietario, dueño de un terreno
comprendido entre las actuales Gorriti, Agüero, Pösadas, Heredia y Ecuador;
nacido en 1700; tuvo la desgracia de perder en 1775 dos hijos: Agueda y Manuel;
con pocos meses de diferencia. Ambos fueron enterrados dentro de la Iglesia de
la Exaltación, en “la parte que corresponde al segundo tirante”. Nótese
que esa era la forma de indicar donde se ubicaban los restos de los difuntos.
Otro caso es el de Fabián Rozas, familiar lejano
de don Juan Manuel, y su puntal político en la zona durante la “Revolución de
los Restauradores”. Rozas llegó a ser Teniente Coronel y dueño de algunas
tierras en lo que es el actual centro de Avellaneda, donde llegó a contar con
una Capilla para los lugareños, antecedente inmediato de la parroquia local.
“El Dios Chiquito”, como lo llamaban; enterró al menos a dos de sus hijos en la
Exaltación de Quilmes: Fabián, que falleció el 26 de febrero de 1837 a los 12
años, y Pedro Rozas, que lo hizo con 7 años en 1843.
[9] Se alude a la
monografía de la Arquitecta Elen Hendi y la Profesora Cristina Codaro “Historia
y Patrimonio en las necrópolis de Avellaneda, publicada en AAVV, “Patrimonio
Cultural en Cementerios y Rituales de la Muerte”, Secretaría de Cultura
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2005.
[10] Según Fernandez Larraín, la Estanzuela de los
Dominicos se ubicaba en lo que hoy es Wilde, y fue cedida por María de Arroyo a
la congregación en 1748. Las actividades que se desarrollaban tenían por
objetivo abastecer al convento ubicado en la Ciudad de Buenos Aires. Con
respecto a los Betlemitas, se asentaron en las inmediaciones del actual Puente Pueyrredón
donde levantaron una capilla que es considerada el primer oratorio de la zona.
[11] Artículo 24: “Los entierros y funerales
son competición del cura domiciliario, no del territorial. Si una persona muere
en otro curato y no deja voluntad hay que llevarla a la Parroquia” Auto de
desmembración y ereccion de curatos 1769 en www.familysearch.org
[12] HENDI y CODARO,
Op. Cit.
[13] Por ejemplo, las de 2 hijos de Enrique O´Gorman fallecidos en
1862; o la de Cosme Maciel, quien se supone que fue el soldado que izó la
bandera creada por Belgrano por primera vez a orillas del Paraná.
[14] ….“En los
documentos anteriores a la cuarta década del siglo XIX aparece el nombre del
arroyo como de las crucesitas o la crucesita indistintamente (...) suponemos la
existencia de un muy reducido camposanto, dado que en aquellos años había una
población rural que no sobrepasaba las cien personas”… FERNANDEZ LARRAIN, Op. Cit.
“Los lugareños que habitaban Barracas al Sud
solían enterrar a sus muertos a orillas del Riachuelo o en las tierras
lindantes al arroyo de la cruz o crucesita. HENDI/ CODARO, Op. Cit.
[15] “En Barracas al
Sud los pobladores solían tener a sus difuntos en una urna o en el jardín de
sus casas, también enterraban a sus muertos junto a las huertas” HENDI/CODARO,
Op. Cit.
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